Te levantas y piensas que tu día será como cualquier otro. Al principio, tu mente de control, te lanza mensajes del estilo no hagas aquello o no has esto. Te intenta proteger a través de tu zona de confort. Pero he aprendido que cuanto más subyacen esos pensamientos es una señal de hacer todo lo contrario… y así ocurrió.
Empezé el día…
La pesadez se apoderaba de mi cuerpo cierto domingo. Rondaba la idea en mi mente de hacer algo nuevo o algo que hacía mucho tiempo no practicaba. Entonces decidí hacer acto de fe y seguir aquello que había aprendido: salir de la zona de control y probar cosas nuevas.
En realidad mi mente sabía que era la única forma de salir del barullo estruendo de pensamientos paralizantes. No sabía si iba a ser divertido o si merecería la pena, o si había otra opción mejor. Pero si sabía que si no realizaba esa acción, simplemente haría lo que otras muchas veces hice, quedar paralizado.
Librando la batalla
Así, mientras pasé dos horas en la mañana gestionando mis pensamientos protestantes contra mis ganas de embaucarme en una nueva aventura conseguí salir afuera. Tomé mi sano desayuno y esperé una hora para digerirlo medianamente.
Y di el primer paso…
Cogí una vieja bicicleta y la verdad es que no sabía como reaccionaría, pero el caso es que me dispuse a montarla y empaquetarla en mi coche. Me acerqué a la vía verde y comencé mi viaje.
Lo que me enseñó a…
Ser conscientes de que cuando la inseguridad se apodera de nuestra vida, lo mejor es revolverse en cualquier dirección. Pero no de forma estúpida, sino teniendo en cuenta que lo hacemos para deshacernos de las cuerdas que nos atrapan.
A esto se le llama practicar la liberación de hábitos, es decir, hacer algo para salir del piloto automático, que en este caso es estar paralizado. Cuando hacemos algo nuevo o practicamos una actividad prestándole total atención, tomamos una nueva perspectiva. Esta nos permite saber si íbamos o no por el buen camino.
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